no sé muy bien como me metí en esto, pero resulta que ahí estaba yo, en un restó divinísimo de palermo hollywood cenando con un señor que podría ser mi padre. es cierto que no lo era, pero para el caso no había mucha diferencia: para mi, salvo escasísimas excepciones, la prohibición del incesto comprende a todos aquellos que cronológicamente podrían serlo.
pero claro, este buen señor sentadito enfrente mío no lo sabía y allí estaba, tratando de conquistarme, por decirlo de un modo elegante... ya saben.
qué cómo llegué hasta ahí? también yo me lo pregunté cuando me ví frente a frente con el caballero en cuestión: qué hago acá??? y aunque la respuesta pueda parecer obvia, fue un recorrido tan inexplicable como que alguien pueda envejecer diez años en una semana. el miércoles tenía 42 (y con eso ya estaba casi derrapando por el límite de mi tolerancia), el lunes, 45 y el jueves, pruebas al canto, reconoció 47... pero no se los pude creer.
a pesar de ello, o a causa de ello, la cena transcurrió plácidamente. libre de la horrenda -tremenda... deformante... cruel!- presión de querer agradar a mi acompañante, estaba yo de lo más tranquila y encantadora. lejos de la habitual catarata de palabras con las que suelo inundar cada charla (y donde en general termino ahogándome), nadaba serena en las aguas calmas de una conversación amable, con la imperturbable tranquilidad que me otorgaba saber que la cena no pasaría de eso. claro que mi festejante tampoco lo sabía, y remaba entonces -con esmero, pero en vano- en contra de la corriente, tratando de remontar la charla hacia puertos románticos, mientras yo intentaba poner proa hacia riberas menos comprometidas con poco éxito, imprevistamente imbuida de esa inocencia inexplicablemente irrestible que surge de hacerse-la-tonta.
al fin que la cena pasa, el vino se acaba y los tópicos también parecen diluirse... así que antes de que encallemos en terreno cenagoso, recurro sin piedad a mi rostro de niña y esgrimo que es tarde, que trabajo temprano y que debo madrugar.
por supuesto que es inútil sugerir que puedo tomar un taxi; me lleva en su auto hasta la puerta de casa. inesperado riesgo de naufragio!
su arrugada cara se acerca a la mía.. ajjjj... esquivo con nunca suficiente gracia el beso que quiere estamparme, pero no hay vuelta atrás. veo en sus ojos la decepción, y aún así no me conmueve. por el contrario, me espanta. pero nos estamos despidiendo, y eso implica que me voy a bajar del auto. una sensación de repentino alivio me hace sonreír, casi por reflejo. cuando me doy cuenta, es tarde. un destello le ilumina la mirada. iluso, me pregunta: "¿cómo sigue esto?"
y yo, con mi mejor cara de póker, estiro la mano y le explico: "mirá, cruzás el semafóro... agarrás por esta calle derechito y salís justo a libertador!"

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lo llamo.
lo llamo?
si, la última vez él me escribió y al final nos vimos.
pero... ya pasó como una semana. desde entonces, no news.
y si lo llamo, que le digo?
porque... si, bueno, siempre lo puedo llamar para saber como está. pero quizá piense que pienso demasiado en él. eso, por alguna razón, es contraproducente. y no es que yo piense tanto en él, vamos...
mejor... mejor le mando un sms, es menos invasivo y evita silencios incómodos...
y le digo: "como andás? todo bien?"
horrible, pobrísimo sms. el mismo que le podría mandar a mi tía.
no, no, no, pensemos otra cosa.
con sólo 299 caracteres disponibles, es difícil resultar divertida, interesante, sugerente y no-dependiente.
una propuesta? podría ser. a ver... y si le digo directamente: "hoy, cine"? mmm, no tengo ganas de recibir un no como respuesta. cuando no estás preparado para la respuesta, mejor no preguntar.
un mail. un mail y listo.
escribo. que escribo?
tipeo. borro, reescribo... ctrl+x, ctrl+c, ctrl+v.
apreto "enviar".
la agonía de la espera comienza.


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