no podía evitar esperar comportamientos heroicos. años de exposición a novelas rosas habían hecho un daño irreparable. no por nada, la prolija pila de fracasos amorosos que guardaba en un estante del placard estaba primorosamente envuelta con un velo de ilusión candorosa.
para un romance desabrido prefería la nada. los domingos a la tarde, revisando fotos viejas, renegaba un poco de esa decisión, pero a fin de cuentas, su deseo era sacudirse el letargo apático de la indiferencia circundante y de una vez por todas, dejar de sentirse invisible, al menos para uno.
ya (casi) no temía tener que juntar otra vez las partes de su fantasía rota. prefería eso, harta de la descolorida inercia de los amantes sin amor. quería la pasión, la pulsión, la casi incomodidad de las mariposas en el estómago. añoraba la piel ardiente y el sueño entrecortado. quería la locura del enamoramiento irremediable: los impulsos, los placeres, los dolores. y es que ella misma se desconocía estando enamorada. tal vez era eso lo que más la seducía: desconocerse.