soy políticamente incorrecta. tengo la dosis justa para ser considerada rebelde en grado leve-levísimo. mis rebeldías son ínfimas, enternecedoras, como tener un reloj que nunca está en hora, no ver tv y no usar remeras con leyendas.
aunque no lo creas, duermo y como, últimamente demasiado de ambas cosas. en mi casa estoy siempre descalza. y si bien no me preocupa mucho que se ensucien mis pies, trato de que el piso de mi casa esté limpio. tengo heladera, horno eléctrico y lavarropas. no, horno eléctrico no es lo mismo que microondas. los microondas me dan un poco de miedo. casi tanto como que no puedas imaginarme en una vida común, lavándome los dientes u ordenando las compras del super. te la devuelvo, no quiero ese aura de inexistencia, de intangibilidad, de no ser.

estoy acomodándome a baires sin haberme desacomodado, o con las limitaciones evidentes de intentar acomodarse en un lugar que nunca es el mismo, cuando uno nunca es el mismo.
confieso, me desacomoda también tu interés. quizá no tanto él, sino su no correlato con tu accionar, o su correlato con tu no-accionar. quizás lo errante de tu búsqueda sea lo que me desconcierta.
errático también está mi ánimo estos días. o siempre.
sin brújula, sin norte ni cruz del sur. como un animal agazapado, alerta; estoy intranquila. a veces creo que no sé porqué y otras sí, pero prefiero echarle la culpa a la luna llena.

así como sin querer, te acercás por un lado y por el otro te alejás, como en una danza que va hacia adelante y hacia atrás, una danza contradictoria, una ola.
y yo estoy de regreso como la marea, aunque quizá ahora por más tiempo, quién sabe hasta cuando, quién pudiera saberlo aunque no sé si querría, quizá por muchos días y noches y semanas y meses, hasta que otra vez me pierda persiguiendo cúpulas o árboles.
estoy de regreso a mis cotidianeidades que tanto te gustan sin conocerlas, quizá porque no las conocés, quizá porque no existen. me pregunto cuando una conducta se convierte en hábito, cuanto habrá que ejercerla para poder ponerle la etiqueta y el sello de costumbre.
no tengo misterios, no. tengo una vida ondulada, con costumbres efímeras que se instalan de modo caprichoso y son cumplidas a rajatabla durante un período igual de caprichoso, hasta que llega un día otra costumbre con su valijita y su manual de así-se-hace-esto y desbanca la costumbre anterior de raíz. puedo pasar tres meses desayunando religiosamente café con leche y tostadas con queso crema y mermelada de manzana, hasta que un día se aparece el jugo de naranja, se cuela en el carrito del super, se mete en la heladera y copa el desayuno, a partir de ahi cambia el ritual matinal, el frasco de mermelada se aburre en la heladera y la leche mira celosa el cartón de jugo que es el único protagonista del desayuno.
quizá mis hábitos sean como una onda senoidal, que sube y baja y cruza el eje constante, regularmente. toca el cielo y se hunde en la misma medida y tal vez en cada paso deja su huella sobre el eje, tal vez. es rara y casi artificial esa onda, donde los intervalos son tan regulares que hasta cuando no lo son es predecible medir la distancia que existirá en cada cruce entre la onda y el eje. a veces creo que eso es asfixiante, saber la frecuencia, medir cada cosa, anticipar el cruce próximo, prepararse para el encuentro con la sinusoide, todo previsto, todo sabido, todo calculado. otras, creo que hasta es tranquilizante y me regodeo en la apacible certeza de mi comunidad, en la previsibilidad de mi ser común, comunísima. así que no me esperes genialmente excéntrica ni excéntricamente genial; no me busques si me esperás así, porque no lo soy.
la distancia entre realidad y fantasía es una asíntota invertida, los caminos van casi paralelos, casi que se tocan y luego se empiezan a despegar uno de otro, se abren, se abren irreconciliables, se tornan desconocidos, se disocian, se alejan infinitamente, se alejan hasta nunca más encontrarse.