ahora te estás preguntando si vale la pena tirar la casa por la ventana, y la ventana y a vos con ella, si tiene sentido cambiar todos tus planes por la mera chance de, o qué quiere decir que algo tiene sentido, cuántos gramos de sentido hacen falta para justificar una decisión que nada tiene de justificable pero ella. y sabés que eso implica hacerse cargo, blanquear las cosas, qué dirán tus amigos cuando sepan que estás pensando en irte, quién hubiera pensado que a la distancia las cosas, lejos de diluirse, se iban a disparar en una estampida rabiosa de deseo.
y es que ya se habían dicho todo lo que podían decirse y un poco más también, todo el tiempo jugando en la cornisa, jugando tan hábilmente como lo permitía el límite tácito de lo que pueden decirse los amigos. pero como evitarlo, si era tan bello y tan fácil, tan gratuito, sobre todo tan gratuito, aunque ella había advertido sobre las consecuencias de las palabras trampa, las palabras placebo, las consecuencias inevitables de decir justamente aquello que ella quería escuchar.
ahora te estás preguntando y no sabés si sos cobarde o mentiroso, pero no, no es posible que dijeras todo eso con tanta impunidad, que hubieras inventado todo eso, que la hubieras dejado trepar tan alto para dejarla caer ahora sin red, sin red.

golpe bajo, caricia imprevista, holiveira escondido en el mp3 contandome como besa, como es besar a la maga, don julio hablándome de lunas que tiemblan en el agua, de cíclopes, de bocas dibujadas que no son la mía, y me doy cuenta que nunca seré la maga, y lloro.

qué complicadas pueden ponerse las cosas cuando nos miramos...
sabés que me resisto a hacerlo, me resisto a mirarte porque temo perderme ahí. no quiero naufragar en ese verde donde no hay orillas, ni que el mundo se limite a tus ojos. no quiero convertirme en cíclope.
entonces es tu mano la que arremete. sigilosa, se cuela entre mi pelo, se trepa por mi espalda. no lo hagas, no toques mi boca porque tengo miedo que no sea la misma que tu mano dibuja.
estás tan cerca y a la vez tan lejos que a veces me desconcierta y otras, me lastima. no es que no me guste escuchar tus mentiras, el problema es que me las creo.

me dijeron que era mujeriego, pero a mí no me importo. no soy celosa, y nunca lo seré.
después me dijeron que era un soberbio, pero tampoco me importó. tengo la suficiente confianza en mí misma para no sentirme menospreciada ante la mirada arrogante de los otros.
más tarde, lo acusaron de vago, pero hice caso omiso de esas advertencias. no lo buscaba por su dinero y, claramente, no preciso que me mantengan.
hasta que un día me enteré que le gustaban las histéricas. y no tuve más remedio que asumir mi derrota.

me cuesta conciliar el sueño cuando duermo con alguien a quien mucho no conozco.
paradójicamente, la mayoría de mis amantes, casi sin invitación explícita, han decidido quedarse a dormir. modestia aparte, no los culpo: mi casa es muy linda y, en general, soy muy buena anfitriona. por mi parte, no suelo oponer resistencia. me dejo llevar, aún a sabiendas de que Morfeo pareciera requerir la exclusividad de mi compañía para apersonarse.
ésta no fue la excepción. ni para su decisión de quedarse ni para mi insomnio previsible. con los ojos clavados en la negrura del techo, yo no dormía y pensaba en Tomás*.
Tomás decía que hacer el amor con alguien y dormir con alguien son dos pasiones no sólo distintas, sino casi contradictorias. Creía que el amor no se manifestaba en el deseo de acostarse con alguien sino el deseo de dormir junto a alguien; que podía tener múltiples amantes pero sólo dormir con la mujer que amaba.
y mientras yo pensaba en Tomás sin dormir, él, entre sueños, se dió vuelta y me abrazó. y casi sin darme cuenta, me quedé dormida.

*Personaje de La insoportable levedad del ser, de Milan Kundera.

pasamos un largo rato juntos, casi un día entero. con otra gente, la mayor parte del tiempo yendo y viniendo, mate en mano, entre amigos comunes. no era particularmente hermoso, a decir verdad. pero tenía una risa cristalina y música en las manos.
estábamos pasando la tarde juntos, y sin embargo, no hablamos mucho. no tuve chance de lucir mis ornamentos de palabras, de vestir mis discursos grandilocuentes. no pude despacharme con la catarata verborrágica que con la que suelo envolverme. no dije casi nada. y él tampoco.
para cuando la tarde se transformó en noche, más que palabras, compartimos canciones. y con cada nota, algo se condensó en el aire.
me dijo no le gustaban los disfraces.
-"no me interesa levantarme a una mina que en el boliche parezca cindy crawford y cuando la vea al otro día en mi cama, tener ganas de decirle: 'tomá dos pesos para el bondi'. prefiero las personas reales."
y me encantó.

él dice que es mejor llamar que enviar sms. que es más efectivo, y que además le sale más barato.
a mí no me gusta hablar por teléfono y tengo un móvil con tarjeta. para mí, el sms es la opción número uno siempre.
él dice que se tarda más escribiendo y que es más difícil ponerse de acuerdo. yo digo que si los interlocutores son inteligentes y hacen las preguntas correctas, en dos sms se resuelve la situación. que con el teléfono uno tiende a irse por las ramas.
él dice que eso sucede también con los sms. y que los teléfonos son para hablar, y que la inteligencia es casi condición sin equanon para el éxito de la conversación, sea el medio que sea.

hacía un tiempo que nos veíamos. y la verdad es que hasta entonces no habíamos tenido ¿ganas? ¿necesidad? ¿oportunidad? de hablarnos.
pero nos vimos el finde y daba para seguir. así que quedamos en ir a un bar más tarde. chequé la dirección, su casa estaba cerca.
le mandé un sms diciendole: "me queda de camino. te paso a buscar?"
como respuesta, recibo un sms que dice:

"fall"

fall?
qué quiere decir fall?
conociendo su afición a los juegos de palabras, comencé a buscar interpretación.
"se cayó el plan"
"me caigo de sueño"
"cae por casa, te espero"
"me gusta el otoño"
"veamos la peli la caída"
"vamos a las cataratas"

y mientras mi mente trataba de dilucidar este jeroglífico, vuelve a sonar el teléfono.
"quise decir "dale".

así lo había pedido. arrasador, fogoso, decidido.
estaba cansada de los tibios, de los indecisos. de los que buscaban la comodidad de su compañía sin una miserable pizca de pasión. había tenido suficientes compañeros ausentes, entes solitarios que la abrazaban con la emoción de una ameba y así como un día estaban con ella, al otro desaparecían sin siquiera un rastro para añorar.
tampoco quería más de los oscilantes. terminaba mareada de hamacarse al son de vaivenes emocionales ajenos, que un día sí, que un día no... no era el tipo de incertidumbre que tenía ganas de soportar, obligada siempre a someter sus deseos a la danza de un caprichoso péndulo que no le pertenecía.
se descubrió sin más paciencia para medias tintas.
anheló fervientemente alguien que no la dejara ni a sol ni a sombra. que llenase sus días y sus noches.
que fuera su delicia y su martirio, que fuera su música constante. uno que no pudiera dejar de tocarla, que no quisiera, con quien no pudieran escapar al hechizo de las sábanas. uno que se adueñara de su cuerpo y de su alma; uno que la hiciera delirar.
su deseo fue escuchado, pero hubo un malentendido.
llegó de pronto, inesperadamente. fue inútil oponer alguna resistencia. tan pronto como apareció, ocupó su vida, sus sueños y hasta transformó completamente su rutina: la quería sólo para él. era ardiente, avasallante, irresistible.
y tal ella como había pedido, no la abandonó ni un segundo durante el tiempo que estuvieron juntos.

pero no le entendieron lo de "alguien".
le enviaron un resfrío que la dejó de cama.

estábamos cenando, uno frente a otro. una cena común, una charla común.
y apenas detrás, interceptando mi mirada, unos otros ojos. penetrantes, cristalinos. fijos en mí. llamándome en silencio, atrayéndome como un imán.
inútilmente intenté resistirme al hechizo, no quería extraviarme en ese mar azul tan prometedor como peligroso, pero no podía sustraerme.
lo miré, me miró, nos miramos largo rato absurda e incomprensiblemente, con mi atención oscilando entre la charla inofensiva de mi propia mesa y la provocación callada y perseverante de la mesa cercana. la tele, al fondo, servía de excusa para desviar la vista de mi acompañante.
tenía una remera que hablaba de una librería y un libro abierto: contraseñas de un pacto secreto. y me miraba, sin vergüenza, sin reclamos. invitándome impunemente a seguirlo en esa conversación líquida.
pasaron diez minutos o dos horas, no podría precisarlo. de pronto noté que su cena había terminado. embelesada, hipnotizada, seguí sus movimientos como un duelo anticipado. comprendí que cada uno de ellos marcaría un hito en la cuenta regresiva que indicaba el final de nuestro vínculo silente. él, aparentemente inmutable, puso el señalador dentro del libro, pagó, se ajustó la bufanda al cuello. y todo sin dejar de acariciarme con esos ojos suyos.
cuando se levantó para salir, inevitablemente debía pasar por nuestro lado.
-chau.-disparó.
y me dejó muerta ahí mismo, con los codos sobre la mesa, el cuerpo inerte, los ojos en blanco, la boca apenas entreabierta. y en silencio.

ayer a la mañana, a través de la ventanilla del auto en que iba, ví a alguien que me pareció conocido. alguien con quien hace casi un año que no me veo, ni hablo, ni chateo, ni nada. alguien que apareció en mi vida medio de improviso y así también desapareció.
sinceramente, no me preocupo mucho por esas cosas. a fuerza de hechos, me convencí de que las personas aparecen en nuestras vidas cuando tienen que hacerlo y desaparecen ídem, aunque a veces nos resulte inentendible. claro que, racional como soy, muchas veces trato de buscar explicaciones. y como difícilmente lo consigo, termino confiando en que es así: los caminos se cruzan y desvían de modos misteriosos pero nada caprichosos. no existe la casualidad.

sólo lo ví de lejos. no me inquieté , no lo perseguí, ni siquiera suspiré. pero tuve la certeza de que era él.

esta mañana, lo ví conectado por primera vez en muchos, muchos meses. y me habló.

no podía evitar esperar comportamientos heroicos. años de exposición a novelas rosas habían hecho un daño irreparable. no por nada, la prolija pila de fracasos amorosos que guardaba en un estante del placard estaba primorosamente envuelta con un velo de ilusión candorosa.
para un romance desabrido prefería la nada. los domingos a la tarde, revisando fotos viejas, renegaba un poco de esa decisión, pero a fin de cuentas, su deseo era sacudirse el letargo apático de la indiferencia circundante y de una vez por todas, dejar de sentirse invisible, al menos para uno.
ya (casi) no temía tener que juntar otra vez las partes de su fantasía rota. prefería eso, harta de la descolorida inercia de los amantes sin amor. quería la pasión, la pulsión, la casi incomodidad de las mariposas en el estómago. añoraba la piel ardiente y el sueño entrecortado. quería la locura del enamoramiento irremediable: los impulsos, los placeres, los dolores. y es que ella misma se desconocía estando enamorada. tal vez era eso lo que más la seducía: desconocerse.

hace una semana se metió en mi cabeza y en mi cuerpo. no me deja concentrar, intefiere en mis sueños, me hace cosquillas en el cuello hasta la tos. sin pedirme permiso, me ha quitado las ganas de salir y hasta de hablar. y aunque trate de engañarme con caramelos de miel, inevitablemente me despierto con su recuerdo en los huesos y su sabor en la boca.
cruelmente indeciso, eleva mi temperatura sin decidirse a tumbarme en la cama. como un amante desganado o asustadizo, merodea mi cuerpo sin declararse hace casi una semana.
tengo un resfrío histérico.

nunca nadie contó mis lunares. no es que sean tantos, pero tengo.
pequeñísimas constelaciones salpican mis brazos.
tengo lunar extrañamente invisible (pues es invisible sólo para mí) apenas debajo de donde brota mi cuello, a la derecha de la columna. algunas veces me parece distinguirlo en la ráfaga de un espejo delator. otras, acodada sobre la mesa, me descubro acariciándolo sin querer, adivinando su contorno liso y redondo con la punta de los dedos. como ese, que asumo rosado y tierno, tengo uno más, pero no te contaré donde está; lo reservo como un amuleto.
sin embargo, mi lunar preferido es más solar que lunar. oscuro, visible, está justo arriba de mi rodilla derecha. de adolescente solía tomarlo como parámetro para el largo de mis polleras. supongo que también ahora, sólo que antes quedaban por encima y ahora, por debajo. sin embargo, a veces, se asoma irreverente y yo lo dejo mirar el mundo y dejarse mirar por él.

nunca nadie contó mis lunares.
quizá ese es un motivo para estar triste.
pero no es un inventario para el que invitaría a cualquiera.

pasamos una noche maravillosa. con más o menos romanticismo, con más o menos pasión... la crónica de una muerte anunciada.
si tuvimos suerte hubo piel, química, rapport, conexión total, sincronía astral... sino, le damos el changüí igual, porque ya sabemos, la primera vez... puede fallar!!!
no me voy a detener en el “momento”, o quizá sí, pero no se los cuento... sobre el tema, mucho se ha dicho ya, ¡y cuánto mejor funciona la imaginación!
pasemos al post: cigarrillo, agua, aire... queremos todo eso junto, además, claro está, de elogios, mimos y besos.
que mal momento tener que levantarse... ¿por qué no existe un photoshop instantáneo?
¿y si esperamos a que se duerma? las chances no son pocas, pero los riesgos son muchos... este es el momento en que lamentamos no haber invertido en el velador con dimmer para... ya saben, esa perillita para graduar la luz... lo hecho, hecho está. hacemos de tripas corazón y nos levantamos con hidalguía, metiendo panza y deseando que esté mirando para otro lado. mucha atención en este momento: enredarse con el tendal de ropa que quedo desparramado por el piso puede ser una sentencia de muerte.
si fue en su casa, no sabemos si vamos a quedarnos a dormir y maldecimos por no haber cargado con el cepillo de dientes...tantas cosas inútiles en la cartera de la dama y nada para prevenir un hálito difícilmente perfumado a rosas... especialmente si estamos palpitando un despertar de esos... ya saben... esta toalla... huele un poco a perro? y bueno, con la humedad que hay en buenos aires... aparte, el pobrecillo (en el mejor de los casos) vive solo, no tiene a nadie que le lave la ropa... ¡auxilio! ¡alguien que me extirpe el instinto maternal de raíz en este instante!
¿y que dirán mañana en el laburo si aparezco con la misma ropa? ¿se darán cuenta? seguro que esa perra sí... ¡que horror! ¿y que dirá él, si nos ve con cara de recién levantada, con los restos de rimmel de la noche previa y sin ninguna de nuestras imprescindibles cremas?! ¡vade retro, satán!
si, es mejor en la nuestra, aunque tarde recordamos esconder la maquinita de afeitar que esta misma mañana (si fuimos precavidas o ilusas) nos transformó de primate en mujer. ni que hablar de la bombacha que quedó húmeda y triste colgando de la canilla de la ducha... y bueno, por lo menos está limpia.
y ahora? va a quedarse a dormir? le pregunto? si ya se está abrochando el cinturón, es demasiado tarde. le hago un lugarcito en la cama? ah, no, pará, querido: ese es mi lado!!!
y ojito... no me abraces mucho, que me da calor... ¡estás pegajoso! ¿pero cómo? ¿vas a mirar para el otro lado? entonces, para que te quedás? mmmm, si, así está mejor... un poco de abrazo está perfecto, pero después, hay que dormir.
que no ronque, que no ronque, que no ronque es nuestra plegaria antes de entregarnos a morfeo. y si el galán está empeñado en añadir banda de sonido a nuestro (intento de) sueño, ¡que desgracia! hay ciertas técnicas, como instarlo que duerma de costado, clavarle un codo en la espalda y, una que a mi me ha dado gran resultado, que consiste en taparle la nariz, aunque existe riesgo de sofocación. una clásica es despertarlo al grito de ¡pará de roncar!, aunque esta modalidad, si bien puede lograr resultados inmediatos, no es aconsejable si una intenta algo de largo plazo (digamos, tres encuentros más).
la mañana ha llegado al fin. ¿cuánto dormimos? qué importa, a esta altura... si los astros estuvieron a nuestro favor, nadie nos quita la cara de feliz cumpleaños.


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le conté que no estaba muy bien. que saber que a otros les pasaba lo mismo no me consolaba. que entendía que era un mal de estos tiempos, de la falta de compromiso y del malamor, del zapping afectivo y del calentamiento global, pero que conocer las causas no me hacía menos infeliz.
confesé que aún dormía ocupando una mitad de la cama y que más de una madrugada esperaba entre sueños un abrazo adormilado. que seguía preparando café como para dos y terminaba siempre tomando dos tazas.
admití que cancelé el contestador automático para no encontrarlo vacío; que dejé de llorar porque no tenía quien me corriera el pelo de la cara y me dijera que todo estaría bien.
le dije que no había perdido las esperanzas, aunque no recordaba donde las había dejado.
me sugirió que me comprara un perro. y no tuve más remedio que matarla.

soy políticamente incorrecta. tengo la dosis justa para ser considerada rebelde en grado leve-levísimo. mis rebeldías son ínfimas, enternecedoras, como tener un reloj que nunca está en hora, no ver tv y no usar remeras con leyendas.
aunque no lo creas, duermo y como, últimamente demasiado de ambas cosas. en mi casa estoy siempre descalza. y si bien no me preocupa mucho que se ensucien mis pies, trato de que el piso de mi casa esté limpio. tengo heladera, horno eléctrico y lavarropas. no, horno eléctrico no es lo mismo que microondas. los microondas me dan un poco de miedo. casi tanto como que no puedas imaginarme en una vida común, lavándome los dientes u ordenando las compras del super. te la devuelvo, no quiero ese aura de inexistencia, de intangibilidad, de no ser.

estoy acomodándome a baires sin haberme desacomodado, o con las limitaciones evidentes de intentar acomodarse en un lugar que nunca es el mismo, cuando uno nunca es el mismo.
confieso, me desacomoda también tu interés. quizá no tanto él, sino su no correlato con tu accionar, o su correlato con tu no-accionar. quizás lo errante de tu búsqueda sea lo que me desconcierta.
errático también está mi ánimo estos días. o siempre.
sin brújula, sin norte ni cruz del sur. como un animal agazapado, alerta; estoy intranquila. a veces creo que no sé porqué y otras sí, pero prefiero echarle la culpa a la luna llena.

así como sin querer, te acercás por un lado y por el otro te alejás, como en una danza que va hacia adelante y hacia atrás, una danza contradictoria, una ola.
y yo estoy de regreso como la marea, aunque quizá ahora por más tiempo, quién sabe hasta cuando, quién pudiera saberlo aunque no sé si querría, quizá por muchos días y noches y semanas y meses, hasta que otra vez me pierda persiguiendo cúpulas o árboles.
estoy de regreso a mis cotidianeidades que tanto te gustan sin conocerlas, quizá porque no las conocés, quizá porque no existen. me pregunto cuando una conducta se convierte en hábito, cuanto habrá que ejercerla para poder ponerle la etiqueta y el sello de costumbre.
no tengo misterios, no. tengo una vida ondulada, con costumbres efímeras que se instalan de modo caprichoso y son cumplidas a rajatabla durante un período igual de caprichoso, hasta que llega un día otra costumbre con su valijita y su manual de así-se-hace-esto y desbanca la costumbre anterior de raíz. puedo pasar tres meses desayunando religiosamente café con leche y tostadas con queso crema y mermelada de manzana, hasta que un día se aparece el jugo de naranja, se cuela en el carrito del super, se mete en la heladera y copa el desayuno, a partir de ahi cambia el ritual matinal, el frasco de mermelada se aburre en la heladera y la leche mira celosa el cartón de jugo que es el único protagonista del desayuno.
quizá mis hábitos sean como una onda senoidal, que sube y baja y cruza el eje constante, regularmente. toca el cielo y se hunde en la misma medida y tal vez en cada paso deja su huella sobre el eje, tal vez. es rara y casi artificial esa onda, donde los intervalos son tan regulares que hasta cuando no lo son es predecible medir la distancia que existirá en cada cruce entre la onda y el eje. a veces creo que eso es asfixiante, saber la frecuencia, medir cada cosa, anticipar el cruce próximo, prepararse para el encuentro con la sinusoide, todo previsto, todo sabido, todo calculado. otras, creo que hasta es tranquilizante y me regodeo en la apacible certeza de mi comunidad, en la previsibilidad de mi ser común, comunísima. así que no me esperes genialmente excéntrica ni excéntricamente genial; no me busques si me esperás así, porque no lo soy.
la distancia entre realidad y fantasía es una asíntota invertida, los caminos van casi paralelos, casi que se tocan y luego se empiezan a despegar uno de otro, se abren, se abren irreconciliables, se tornan desconocidos, se disocian, se alejan infinitamente, se alejan hasta nunca más encontrarse.

Queridos todos y no tanto, pero igual:
Este jueves 17 a la medianoche, la gente de AmorOdio me ha invitado a hacer una "instalación poética" de pequeño jardín en su Ciclo Lunar. Así que ahí estaremos, mis poesías y yo, brotando entre las hojas verdes del patio de Levitar, Godoy Cruz 1715.
Nos vemos!
p



Ciclo lunar + pequeño jardín
17-01 - medianoche
levitar. godoy cruz 1715, esq gorriti, palermo
entrada gratis

pequeniojardin.blogspot.com

myspace.com/ciclolunar

para pillow

el bondi que no viene y el reloj casi marca las 5 am.
ya ensayé todas las posiciones de espera: apoyada contra la pared, contra el poste de la parada, sentada en el cordón.
él también está esperando, y cada tanto cruzamos una mirada de esas de resignación conjunta, de saber que estamos en la misma y que seguramente vamos hacia el mismo lado.
inspira profundo y parece que va a decir algo, pero no. se guarda la palabra en el bolsillo, junto con el teléfono que mira por enésima vez. si, la hora avanza implacable y quién sabe cuando vendrá el colectivo.
por mi parte, no tengo interés en generar charla; infaltable el libro en mi cartera disipa el tedio de la madrugada. pero qué ganas de llegar.
el silencio de calle desierta completa la postal detenida. cuarenta minutos de tácito destino común y muda compañía.

-¿estás esperando el 42? ¿vas para caballito?
-sip.
-yo también, pero no viene más... ¿no querés compartir un taxi?
-dale.

para el taxi, subimos. la cercanía inevitable que genera el asiento trasero parece obligarlo a llenar el vacío. no hace falta, pero insiste mientras yo me pierdo en el paisaje citadino que se desliza por la ventana.
-¿cómo te llamás?
-p.
-¿que hacés?
-trabajo, escribo.
-ah, que bien.... ¿tenés novio?

lo miro a los ojos, seria. no es pregunta para hacerle a una dama, en estas condiciones, a estas horas y con esta irreverente impunidad.
-no.
-supongo que igual te divertirás...

entre sorprendida e incómoda, lo miro con extrañeza. me cuesta creer semejante atrevimiento, pero igual respondo:
-supongo...
súbitamente, un movimiento del auto me obliga a cambiar la pose. mientras vuelvo la vista hacia adentro, su cara casi pegada a la mía dispara:
-¿no tenés ganas de divertirte ahora?

sabía que el momento llegaría, era inevitable. y sin embargo, venía demorándolo.
sabía que un día tendría que abrir esa caja donde amorosamente guardamos nuestra historia, y ver lo que fuimos, lo que quisimos ser, lo que somos. y no es que me importe tanto. pero.

ya era tiempo de empezar a terminar. largar de una vez con la arqueología romántica. y al hacerlo, descubro una primorosa colección de momentos congelados: la carta aquella cuando, el papel del chocolatín que, las entradas al recital de, los pasajes de las vacaciones a, las fotos de... hasta un ramo de fresias, que un día fue fresco y fragante, y ahora es un manojo seco y descolorido, como un fantasma desdibujado del perfume que alguna vez nos inundó.
no tengo la tijera que separe cada objeto de su recuerdo, y aunque oponga la resistencia de un sobreviviente, reconstruyo cada escena, revivo cada instante. hundo el dedo hasta el fondo de la llaga, escarbo los restos fósiles del amor extinguido.

sabía que el momento llegaría, y sin embargo.
y no es que me importe tanto. creeme, ya es una historia cerrada. pero justamente, esto es como despegar la curita para ver la herida. aunque esté cicatrizada, el tirón duele lo mismo.