sabía que el momento llegaría, era inevitable. y sin embargo, venía demorándolo.
sabía que un día tendría que abrir esa caja donde amorosamente guardamos nuestra historia, y ver lo que fuimos, lo que quisimos ser, lo que somos. y no es que me importe tanto. pero.

ya era tiempo de empezar a terminar. largar de una vez con la arqueología romántica. y al hacerlo, descubro una primorosa colección de momentos congelados: la carta aquella cuando, el papel del chocolatín que, las entradas al recital de, los pasajes de las vacaciones a, las fotos de... hasta un ramo de fresias, que un día fue fresco y fragante, y ahora es un manojo seco y descolorido, como un fantasma desdibujado del perfume que alguna vez nos inundó.
no tengo la tijera que separe cada objeto de su recuerdo, y aunque oponga la resistencia de un sobreviviente, reconstruyo cada escena, revivo cada instante. hundo el dedo hasta el fondo de la llaga, escarbo los restos fósiles del amor extinguido.

sabía que el momento llegaría, y sin embargo.
y no es que me importe tanto. creeme, ya es una historia cerrada. pero justamente, esto es como despegar la curita para ver la herida. aunque esté cicatrizada, el tirón duele lo mismo.